JAIME
El
compromiso de Cersei con Robert no le pilló por sorpresa, aunque le costaba
asimilarlo. Lo que más le dolía era no poder ver a su hermana por todo el
protocolo que exigía la preparación de la novia. Era desesperante saber que
estaba tan cerca y, a la vez, tan lejos de él. Se había reservado toda un ala
de la Fortaleza Roja para la muchacha y la numerosa corte de mujeres que la
custodiaban, además de las costureras y las encargadas de arreglar y adoctrinar
a la futura esposa del rey. La Guardia Real vigilaba la entrada de aquella
zona, pero no patrullaba dentro de ella. Jaime no tuvo la suerte de ser uno de
los elegidos para hacer un turno allí, algo que a lo mejor le hubiera dado la
oportunidad de ver a su hermana, aunque sólo fuera de lejos. La sombra de su
padre estaba de alguna manera muy presente en la elección de los capas blancas
para cumplir esa tarea. A veces Jaime se paraba delante de la puerta que
cerraba la estancia que había sido la habitación de Cersei en los años en los que
Lord Tywin había sido la Mano del Rey, recordando su reencuentro tras mucho
tiempo sin verse. Ya era algo muy lejano, había pasado más de año y medio, pero
las sensaciones de esa noche aún eran vívidas. Ella era la única mujer en su
vida, con la que perdió la inocencia y por la que no le importaría dejarlo
todo, morir. Hubo un tiempo en que quiso odiarla por lo que hizo con él: se
sentía como un condenado al que le hubieran dado el mejor banquete de su vida y
después lo hubieran castigado a morir de hambre, dejándole los exquisitos manjares
que había probado en una ocasión a la vista, pero lejos de su alcance. No lo
consiguió, amaba a Cersei con toda su alma. Ahora iba a ser la esposa de otro,
del rey nada menos, a quien había jurado proteger. También había hecho el mismo
juramento a Aerys y lo había asesinado… Pero Robert no se merecía la muerte.
Había salvado el reino de los desmanes del Rey
Loco y le había otorgado su perdón, lo que demostraba su magnanimidad.
Una
semana antes de la boda, Tyrion llegó a Desembarco. Estaba entusiasmado con la
ciudad, con la Fortaleza Roja y con los dragones. Debido a su cargo en la
Guardia Real, Jaime apenas podía verlo, pero las pocas veces que tuvo ocasión
de hacerlo lo notó feliz. El niño iba a todos lados con un libro bajo el brazo
y acompañado por Lord Varys, cosa que no le hizo mucha gracia. No obstante, se
alegraba de que su padre le hubiera dado una oportunidad al pequeño para salir
de Roca Casterly y que disfrutara de la experiencia. Estar con él era lo poco
que lo hacía feliz dentro de su tristeza.
El
día de la boda amaneció soleado y cálido. Desembarco lucía con todo su
esplendor y parecía mentira que poco antes hubiera sufrido un saqueo salvaje. Las
calles estaban engalanadas con estandartes de los Lannister y de los Baratheon.
El rojo carmesí y el amarillo dorado se mezclaban por todos los rincones. Lord
Tywin había conseguido eliminar todo rastro de prostitutas y maleantes del
Lecho de Pulgas. Jaime prefirió no saber cómo ni cuánto le había costado.
La
ceremonia iba a tener lugar en el Gran Septo de Baelor, donde se celebraban los
grandes acontecimientos. La Guardia de la Ciudad, formada por los capas
doradas, estaba desplegada a lo largo del trayecto que recorrería la comitiva
nupcial, vigilando por la seguridad de los novios y frenando al populacho que
quería ver de cerca de sus futuros monarcas. Por su parte, los capas blancas aguardaban
a los contrayentes en la puerta del septo. Uno de ellos era Jaime, que ardía en
deseos de ver a su hermana. El bochorno del aire se unió a su nerviosismo, por
lo que no dejaba de sudar debajo de la armadura. Por momentos pensó que le iba
a dar un colapso.
Dos
carruajes ricamente decorados llegaron, transportando a Cersei y a Robert por
separado. Primero bajó el novio. Jaime notó el cambio que había dado desde que
lo vio aquella lejana noche en Harrenhal. Era un hombre que desprendía un
atractivo natural. De hecho, Jaime oyó muchas voces femeninas gritando su
nombre. Se le veía satisfecho, pero no contento. Saludó al pueblo y se
introdujo en el edificio. Del otro vehículo salió Lord Tywin, con sus mejores
galas carmesíes bordadas con leones dorados. Tomó la mano de Cersei. Ella
descendió del carruaje lentamente. La capa Lannister que llevaba sobre sus
hombros era larguísima. El rostro quedaba oculto por un velo dorado, impidiendo
que Jaime lo viera. Además, subió la escalinata con la cabeza baja, como
avergonzada. De camino hacia el septo, pasó al lado de Jaime y no lo miró. Él
creyó morir de angustia y rabia.
Una
vez que la pareja estaba dentro, los capas blancas los siguieron y dio comienzo
el rito, durante el cual formularon los siete votos, se invocaron las siete
bendiciones y se intercambiaron las siete promesas. Un coro de niños entonó la
canción nupcial de rigor y, seguidamente, el Septón Supremo preguntó si había
alguien que tuviera razones para impedir el enlace. Jaime se sintió tentado de
gritar el nombre de Cersei, tomarla de la mano y salir corriendo de allí. Una
locura imposible de llevar a cabo sin poner en peligro su vida, que le daba
igual, pero también la de su hermana.
Lord Tywin procedió al intercambio de
capas. Despojó a Cersei de la de su casa y Robert la cubrió con una de color
amarillo oro con un ciervo coronado negro en el centro. Seguidamente dijeron
las palabras rituales. Comenzó la novia, con voz temblorosa a través del velo.
Jaime apenas la oía. «Con este beso te entrego en prenda mi amor y te acepto
como señor y esposo.» Robert dijo su parlamento también. «Con este beso te
entrego en prenda mi amor y te acepto como mi señora y esposa.» Una vez dichas
estas palabras, Robert levantó el velo de Cersei y la besó en los labios. Desde
donde estaba, Jaime no lo vio con claridad, pero sólo de pensar en que otro
estaba besando a su hermana lo llenó de frustración. El Septón Supremo concluyó
la ceremonia con la fórmula final. «Aquí, ante los ojos de los dioses y los
hombres, proclamo solemnemente a Robert de la Casa Baratheon y a Cersei de la
Casa Lannister marido y mujer, una sola carne, un solo corazón, una sola alma,
ahora y por siempre, y maldito sea quien se interponga entre ellos.» «Soy un
maldito», pensó Jaime con amargura. «Deseo interponerme entre ellos en este
mismo momento.»
Culminada la ceremonia del matrimonio,
se procedió a la coronación. Jaime desconectó su atención del tedioso proceso.
Su mente sólo pensaba en que Cersei era la esposa de otro hombre y que nunca
más la tendría entre sus brazos. Una sola vez le bastó para comprender que ella
era la única a la que amaría. Como capa blanca le estaba prohibido tener
relaciones con mujeres, pero sabía que muchos de sus compañeros no respetaban
ese juramento y visitaban los burdeles de la ciudad. Él nunca lo haría, una
prostituta no le daría jamás lo que él deseaba.
La voz del Septón Supremo lo sacó de
sus reflexiones. Se proclamó a Robert el primero de su nombre, Rey de los
Ándalos y los Rhoynar y los Primeros Hombres, Señor de los Siete Reinos y Protector del Reino, y a Cersei como
su reina. Ya era un hecho consumado, no había esperanza ni nada que hacer.
La pareja salió del Gran Septo entre
los aplausos de los testigos. Cersei seguía sin alzar la cabeza. Al llegar al
exterior la levantó para saludar a sus súbditos. Jaime siguió a los novios y se
colocó alejado de ellos. Su hermana forzaba una sonrisa mientras movía la mano
y miraba de un lado para otro, como buscando algo. Finalmente sus ojos se
encontraron. Estaba bellísima a pesar de la palidez de su rostro. Jaime se
quitó el yelmo con forma de cabeza de león y se apartó el pelo de la frente,
manteniéndole la mirada. Apretó las mandíbulas hasta que le dolieron para
evitar que las lágrimas brotaran. Cersei le hizo un gesto de negación con la
cabeza, al tiempo que sus ojos empezaban a enrojecer. Se cubrió la cara con el
velo para que nadie la viera llorar. Jaime se colocó el yelmo y notó la humedad
en sus mejillas. No era sudor lo que rodaba por ellas.
Como te dije antes por twitter, me ha parecido un gran capítulo.
ResponderEliminarYo, si soy sincera, sufro más por Jaime que por su hermana. El pobrecico entra en la Guardia Real creyendo que así podrá estar siempre al lado de Cersei sin siquiera plantearse el hecho de que ningún padre (y más siendo un Lord de tanto renombre como Taigüin e_e) dejaría a su hija soltera... desde luego vaya parejita, eso sí, al menos podrán verse a escondidas en la Fortaleza y seguir jugando a los médicos.
Yo también sufro más por Jaime. Cersei me da pena, pero su evolución es peor. Supongo que su condición de mujer en un mundo de hombres influye :)
EliminarA ella le afecta más ese hecho de no poder hacer nada por ser mujer, otras más pelirrojas se dan cuenta antes de eso xD
EliminarPobrecico Jaime, y pobrecica Cersei! No hay que negar que la relación que une a estos dos es obsesiva hasta tal punto de consumirles y que, a pesar de que con el tiempo acaban siendo quienes ya conocemos, es triste de ver cómo sus vidas dieron un giro de 360º, y que Cersei además poseyendo la inteligencia y el arrojo que tenía, no pudiese hacer absolutamente nada al respecto. Muy bien reflejada esa parte Athena, vaya que sí debía ser muy difícil aceptar tu destino sin rechistar, y más si tu destino lo decidía otra persona por ti...
ResponderEliminarBesitos! ;)
Pues sí, como me comentaba por Twitter Elora, Martin ha hecho unos desgraciados a todos los personajes durante su niñez, adolescencia o juventud.
EliminarQue opinas de que George RR Martin este en contra de los fanfiction?? diciendo que es su histpria y que no le gusta que sea contada por otros??????
ResponderEliminarMe parece bien que le moleste si se quiere sacar rendimiento económico, que no es mi caso. Es normal que los fans elucubremos y nos guste imaginar cómo pudieron suceder las cosas. Yo intento ser respetuosa con su historia y personajes :)
EliminarTe dejo un enlace a mi blog en donde hablo del tema. http://unblogypunto.blogspot.com.es/2013/01/sobre-versiones-precuelas-secuelas-y.html
Y gracias por el comentario :D