Los
gritos llenaban la fortaleza. Se habían prolongado durante todo el día hasta la
noche, llegando a cada rincón de la edificación. Era imposible escapar de
ellos. La niña rubia lo intentaba con todas sus fuerzas, encerrada en su
dormitorio, tapándose los oídos con las manos, con la almohada. Era horrible
escuchar a su madre gritar. Lo peor era que no la dejaban salir del recinto, no
podía huir de los alaridos atroces. Por primera vez en su corta vida tuvo
miedo.