TYWIN
Semanas
después de la muerte de Aerys, Robert Baratheon, al que sus enemigos llamaban El Usurpador, se presentó en Desembarco
del Rey, victorioso y dispuesto a proclamarse rey. Lord Tywin lo esperaba en la
Torre de la Mano. Tenía curiosidad, pero no se iba a dejar impresionar por él
ni por la fama que le precedía. El joven no tardó en llegar. Caminaba con aire
arrogante, muy seguro de sí mismo, y Lord Tywin tuvo que admitir que su porte
era el de un rey. Sólo tenía dieciocho años, pero la incipiente barba negra, la
corpulencia y el rostro eran de un adulto. Invitó a Robert a tomar asiento. «Os
he salvado el pellejo, muchacho. Mis hombres han hecho el trabajo sucio aquí,
en Desembarco.» El recién llegado no parecía dejarse amedrentar por su tono
autoritario. Iba a ser un hueso duro de roer. «Os recuerdo que el que ha
asesinado a Rhaegar Targaryen he sido yo. Vi con mis propios ojos cómo se desangraba
en el Forca Verde.» Lord Tywin se empezaba a indignar por momentos ante el
descaro de Robert. No estaba acostumbrado a que un jovencito le hablara con ese
tono. «Sí, pero mi hijo acabó con la vida del Rey Loco, ¿os parece poco mérito?» Ante eso, Robert no podría poner
ninguna objeción. Sin embargo, el muchacho no hizo caso de las palabras de Lord
Tywin y cambió de tema sin inmutarse. «Quiero saber dónde está el resto de la
familia real. Juré hace un año que no dejaría un Targaryen vivo en los Siete Reinos
y quiero cumplir ese juramento.» Sin saberlo, Robert había llevado la
conversación hacia donde Lord Tywin quería. Era el momento de jugar su carta
más valiosa y demostrar su lealtad. «Vayamos a la Sala del Trono. Mis hombres
estarán a punto de llegar con noticias sobre el asunto.»