JAIME
El
día de su nombramiento como capa blanca había llegado. La noche antes, Lord
Whent había celebrado una recepción para sus invitados. Jaime asistió en
calidad de futuro miembro de la Guardia Real, junto a Ser Barristan Selmy y Ser
Arthur Dayne, que lo arroparon en todo momento. Cuando entró al salón principal
de Harrenhal, todo el mundo estaba allí, esperando la llegada del rey y su
familia. Aerys, con su aspecto descuidado y sucio, daba una imagen decadente de
la dinastía, mientras que el príncipe Rhaegar era todo lo contrario: destacaba
sobre el resto de los invitados por su juvenil belleza y su porte de caballero.
Incluso ofreció un recital de música animado por el anfitrión. Durante la cena,
Jaime estuvo observando a las personas que allí se congregaban. Le llamaron la
atención los Stark, sobre todo dos de ellos: el hijo mayor de Lord Rickard y su
joven hermana, llamada Lyanna. Brandon Stark podía rivalizar con el propio
Jaime en gallardía. Era un tipo alto y fornido, con una espesa barba oscura y
el cabello como el carbón. Se movía como pez en el agua con las jóvenes que se
le acercaban, todo lo contrario que uno de sus hermanos, al que se le veía muy
tímido. Rió para sus adentros al pensar que Brandon y él podrían haber sido
cuñados al estar el Stark prometido con Catelyn Tully. Por su parte, Lyanna le
sorprendió por su belleza natural, sin adornos. No tenía nada que ver con
Cersei, cuyo atractivo era indiscutible, pero el de la norteña era distinto,
más salvaje. Su pelo era oscuro, mientras que el de su hermana era dorado, y
los ojos no eran verdes, sino grises pero muy cálidos. Se preguntó si estaría
prometida y la respuesta le vino en el momento en el que vio al señor de
Bastión de Tormentas, Robert Baratheon, echarle la mano por el hombro y besarla
en la mejilla. «Un joven con suerte», pensó para sí. Sin embargo, mientras que
Rhaegar tocaba y cantaba, observó que la muchacha estaba ruborizada y hasta
emocionada con el príncipe. Lo que más le chocó fue su genio: tiró una copa de
vino sobre el más pequeño de los Stark porque se estaba burlando de ella.
El
lugar de las justas lucía con todo el esplendor que Lord Whent podía darle.
Numerosos estandartes adornaban el recinto y proclamaban la importancia del
torneo. Jaime estaba nervioso por si se equivocaba durante el ritual de su
nombramiento. El graderío estaba atestado y no quería hacer el ridículo delante
de los que serían sus señores a partir de ese momento. Por otra parte, deseaba
más que nada en el mundo participar en el torneo, aunque se entristecía al
pensar en que nadie de su familia estaba allí para darle ánimos. Ese día no
había podido pelear en las justas y tuvo que conformarse con ver la mediocre
actuación de los hijos del anfitrión. Su deseo era coronar a Cersei como Reina
del Amor y de la Belleza, a pesar de lo que la gente pudiera pensar. Estaba
confuso, trastornado, desde que perdió la virginidad con su hermana. Por un
lado quería proclamar a los cuatro vientos que la amaba, pero por otro entendía
que lo suyo era imposible… Un redoble de tambor lo sacó de sus cavilaciones.
Anunciaba que la ceremonia iba a dar comienzo. Ser Gerold Hightower, Lord
Comandante de la Guardia Real, era el encargado de nombrarlo Hermano
Juramentado. Vestía el uniforme de lujo de los capas blancas y su armadura
brillaba casi con luz propia. Con un gesto de la mano, apremió a Jaime a
acercarse. Ser Barristan Selmy le dio un golpecito en el hombro para
transmitirle su ánimo. El muchacho llegó hasta donde estaba Ser Gerold y lo
acompañó al lugar para la ceremonia: justo debajo del palco real. El rey tenía
una sonrisa maliciosa y los ojos desprendían algo que Jaime no supo
identificar. Rhaegar, por su parte, transmitía serenidad y su rostro era serio.
Aerys se puso en pie para tocar la espada del Lord Comandante. Pasó una de sus largas
uñas por el borde cuidadosamente. «Ésta es la Espada del Honor. Haced de ella
vuestra vida para proteger a los Siete Reinos», dijo. «Así sea», contestaron
todos los capas blancas presentes al unísono. Ser Gerold miró a Jaime, que se
había arrodillado. «Un nuevo miembro viene a unirse a nuestra familia, la más
sagrada, la más noble, la más alta. Que su juramento perdure hasta que sus ojos
se cierren, su corazón se pare y su aliento desaparezca.» Puso la espada sobre
su hombro derecho. Era el turno de Jaime. «Desde hoy y hasta mi muerte renuncio
a una esposa, a unos hijos, a un título, a unas tierras, a un hogar. Soy de mi
Rey, a él pertenezco y a su familia protejo con mi vida, que no es mía. Moriré
por él y para él. Lo juro por mi honor y el de mi casa.» «Así sea», repitieron
todos. Ser Gerold le colocó una capa blanca. Ya era el Hermano Juramentado más joven de la historia de la Guardia
Real.
El
día transcurrió entre celebraciones con sus nuevos hermanos y, ya por la noche,
se unió a ellos para presentarse ante Aerys. Jaime ardía en deseos de que
llegara el día siguiente y lucirse en el torneo. Le gustaba la idea de
enfrentarse a Brandon Stark o al mismísimo príncipe Rhaeagar. Pero sus
ilusiones fueron aplastadas por la decisión del rey de enviarlo de inmediato a
Desembarco para proteger a la reina Rhaella y al príncipe Viserys. Se consoló
al pensar en que volvería a ver a Cersei.
"El rey tenía una sonrisa maliciosa y los ojos desprendían algo que Jaime no supo identificar." Qué capullo >.< Vaya racha de reyes que ha habido últimamente en Poniente, no se salva ni uno.
ResponderEliminarQué pena que Rhaegar no llegara a reinar. Hubiera sido un excelente monarca u.u
EliminarDesde luego, era el rey que Poniente necesitaba.
EliminarYo también lo lamento por Rhaegar... ¡Qué distinta habría sido la historia si él hubiese podido reinar¡
ResponderEliminarMartin nos hubiera ahorrado mucho rollo, jajaja.
EliminarAmo como narraste la escena del banquete, Lyanna y Rhaegar dando inicio a todo GoT.
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