TYRION
Nunca
imaginó así la capital: sucia, ruidosa, atestada de gente… pero maravillosa.
Todo el gentío que había allí lo tenía anonadado. ¡Por fin estaba en Desembarco
del Rey! Su padre había accedido a llevarlo para la boda de Cersei con Robert
Baratheon, todo un acontecimiento. A él le daba igual eso, porque lo importante
era que lo habían dejado salir del confinamiento de Roca Casterly y conocería a
gente nueva.
Desde
la Fortaleza Roja, las vistas eran espectaculares. Podía ver toda la ciudad y
su intrincado diseño. El propio castillo era también laberíntico. Se paseó por
su interior y llegó hasta el Salón del Trono en el que aún estaban los cráneos
de los dragones sobre los que tanto había oído hablar. Robert iba a quitarlos
para borrar todo recuerdo de los Targaryen, pero Tyrion respiró con alivio al
ver que había llegado a tiempo para contemplarlos. Llevaba consigo el libro que
su progenitor le había prohibido leer y buscó la última familia real para leer
sobre Aerys, El Rey Loco, descubriendo
que su hoja era precisamente la que Lord Tywin había arrancado, ya que justo la
anterior hablaba de Jaehaerys II, padre de aquél. No comprendía la razón de ese acto. Lo cerró malhumorado y
se puso a observar a los dragones. Mientras
los miraba, fue dando pasos hacia atrás buscando mejor perspectiva. Uno de sus
piececitos tropezó con algo y perdió el equilibrio, pero no llegó a caer porque
alguien lo frenó, aunque no pudo evitar que el tomo terminase en el suelo. El
niño se volvió avergonzado y entonces vio la persona que lo había sujetado, la
cual recogía su libro del piso. Ni siquiera lo había oído entrar. Era un hombre
de edad indeterminada, entrado en carnes, con la cabeza afeitada y vestido con
más lujo que una mujer. De hecho, olía mejor que una fémina, a sándalo, canela
y esencias diversas. «Oh, lo siento, no os había oído llegar, señor.» El hombre
sonrió, hojeando el volumen, deteniéndose por un instante en la página que
faltaba y mirándolo después con interés y un punto de ironía en el gesto de su
boca. «Bueno, bueno, si tenemos aquí al señor Tyrion Lannister.» El niño se dio cuenta de cómo había remarcado su nombre, cambiando el tono de voz de una forma evidente. El recién llegado cerró las tapas
de un sonoro golpe. «Es todo un honor», continuó el extraño haciendo una reverencia
y devolviéndole su tesoro. Tyrion se sonrojó, creyendo que se burlaba de él. «¿De qué me conocéis?», preguntó. «Por favor, yo lo sé todo… Vos sois el hijo y
heredero de Lord Tywin Lannister, antigua Mano del Rey, ¿verdad? «Sí… ¿Y vos
sois…?» «Lord Varys, Consejero de los Susurros, para serviros.» Era la famosa Araña, el hombre que más sabía de todo y
todos tanto en Desembarco como en los Siete Reinos, alguien de quien había oído
hablar alguna vez. «Encantado, Lord Varys, pero debéis saber que yo no soy el
heredero de Roca Casterly de momento.» El hombre hizo un gesto de disgusto un
tanto afectado. «Es una pena, una pena… Tengo entendido que sois un muchachito
muy listo. Permitidme que os augure un futuro brillante… Quién sabe: hasta
podríais ser Mano del Rey como vuestro padre.» Tyrion sonrió al imaginarse en
ese cargo. ¿Por qué no? Él era inteligente y se estaba formando
intelectualmente, cosa que no hacían muchos altos cargos del reino. «Lo veo
difícil. Yo no tengo ese poder», dijo Tyrion. Lord Varys negó con la cabeza. «Nunca os pongáis límites. El poder reside donde los hombres creen que reside.»
El niño no entendió lo que quería decirle. Se volvió hacia las cabezas de
dragón para cambiar de tema. «Me gustan mucho los dragones. Desde que era casi
un bebé tengo recuerdos de mi admiración por estos seres tan excepcionales.»
Lord Varys le puso una mano sobre la cabeza rubia. «Sí, lo fueron. Ahora ya no
hay dragones. O eso dicen…» El niño captó un doble sentido. «Bueno, si tenemos
en cuenta que la reina Rhaella escapó junto a sus hijos pequeños, podríamos
decir que sí hay dragones aún, ¿no?» La Araña
soltó una carcajada que retumbó por todo el salón. «¡Por los Siete que sois
aún más listo de lo que pensaba! Ay, qué pena que tengáis sólo unos pocos días
del nombre. Aquí me aburro mucho, no tengo nadie con quien mantener
conversaciones de tanta altura, si me
permitís la expresión.» Suspiró melancólico. «Necesito un compañero con el que
poder usar mis dotes de juego… Pero aquí nadie está a mi nivel, aunque esté feo
que yo lo diga.» «Sí, puedo entenderos… creo. A mí me pasa algo parecido»,
replicó. A Tyrion le cayó simpático aquel hombre. Lo trataba con respeto, no
hacía alusión a su deformidad y reconocía su valía. Sólo por conocer a gente
así había merecido la pena ir a Desembarco del Rey.
Te ha faltado decir que también huele a lavanda, jajajaja. Es como un polvorón ese hombre, todo empolvado y andando sobre nubes...
ResponderEliminarNo veas el mal yuyu que me da, no sé qué quiere exactamente, ni lo que va a hacer ni nada. Si yo fuera Tyrion no me habría acercado mucho a él, pero bueno xD
Me ha gustado mucho este capítulo, y has sabido meterle ciertas cosas para que la gente siga pensando en ciertas teorías xD #QueMeLío
Jejeje, sí, Varys tiene muchas cosas en mente y las medio insinúa. Tyrion es un crío aún, pero ya deduce algunas cosillas e.e
Eliminar"El poder reside donde los hombres creen que reside", qué gran frazasa de Varys. Me encanta este hombre, con todos esos misterios que lo envuelven, y no me puedo ni imaginar cómo sería estar en su cabeza, y cómo consigue descubrir tantas cosas y de tantas personas... Sin duda, sus pajarillos son muy eficaces, y este hombre me da que siempre va a ser un completo enigma para muchos.
ResponderEliminarNo me inspira mucha confianza que Tyrion se topara con él pero bueno, por fin tiene a alguien con quien hablar que le trata como a un igual, aunque bien sabe que las intenciones de Varys no son siempre del todo cristalinas :P
Genial este capítulo, Athena! ;)
Un fic de Varys tendría muuuuucha miga, jajaja :)
EliminarEso daría para escribir una enciclopedia me temo, jajajaja :P
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