CERSEI
Las campanas
de los septos la sacaron de un sueño inquieto. Toda la ciudad celebraba la
consumación del matrimonio entre Robert y ella. Calculó que sería media mañana.
Apenas había pegado ojo en toda la noche y sólo logró dormirse cuando amanecía.
Miró a su lado izquierdo: Robert no estaba. Lo agradeció. La noche de bodas
había sido una pesadilla, pero su cabeza ya empezaba a buscar una solución a la
vida que le esperaba. Lo último era dejarse vencer.
Cersei no
había visto a Robert hasta el momento en el que entró en el Gran Septo de
Baelor para casarse. Él era un joven bastante apuesto, eso era innegable, pero
no le servía de consuelo. No la había mirado en la ceremonia, durante la cual
ella había estado ausente y había repetido las palabras que le enseñaron
durante la preparación previa sin sentirlas. Podría haber recitado su propia
sentencia de muerte sin enterarse. El recuerdo de la boda estaba envuelto en
una especie de bruma, como si lo hubiera soñado en vez de vivido en realidad.
La celebración fue otro momento para olvidar. Robert estuvo bebiendo todo el
tiempo y no le dirigió la palabra. Estaba más pendiente de otras mujeres. Por
un lado le daba igual, pero por otro no le gustaba sentirse rechazada. Uno de
los amigos de Robert, Eddard Stark, le lanzaba miradas de reproche por su
comportamiento, parecía avergonzado de la actitud del recién coronado rey. Para
colmo, Jaime no había asistido al banquete, mientras que Padre y El Gnomo sí. Ambos parecían disfrutar
mucho por lo que allí se celebraba: uno porque veía culminadas sus aspiraciones
de poder; el otro porque había salido de Roca Casterly por primera vez. Ella
era la que menos pintaba en ese lugar siendo la reina. La maegi había acertado: era la esposa de un rey, pero el precio había
sido demasiado alto.
Se levantó
para ponerse un camisón. Aún estaba desnuda, porque no tuvo fuerzas para dejar
el lecho después de que Robert se quedara durmiendo por la borrachera tras
consumar la unión. Cuando se miró al espejo, vio algunos cardenales cerca de
sus pechos, en el cuello y en las nalgas. Su marido no había tenido ningún tipo
de cuidado mientras cumplía con su deber marital. Llegado el momento, ella se
colocó debajo, abrió las piernas y cerró los ojos, pensando en Jaime,
imaginando que era él quien la tocaba. Pero el aliento de Robert apestaba a
vino, mientras que el de su hermano era dulce como la miel. Robert la tomó como
si fuera una yegua, lamiendo, chupando y hasta mordiendo con rabia, mientras
que Cersei se dejaba hacer sin mirar ni decir nada. Cuando la penetró, pidió a
los Siete que él terminara pronto, y así fue. Le hizo daño, pero no sangró
porque no era virgen. Robert estaba tan borracho que ni reparó en eso. Sin
embargo, no fue el dolor físico lo peor, sino el hecho de que, justo en el
momento del clímax, él gritó otro nombre: Lyanna.
Lyanna, la zorra norteña por la que toda la guerra comenzó, la que debería estar
en esa cama, siendo sobada por ese desconocido. La odiaba sin conocerla, porque
para Robert era la auténtica reina y la mujer a quien deseaba sexualmente. Y el
príncipe Rhaegar, quien tendría que haber sido su esposo, también se enamoró de
ella. Después de aquello, él se quedó durmiendo y Cersei se volvió de espaldas
a él. Lloró hasta quedarse rendida. Ahora que estaba despierta, se dijo que
nunca más volvería a soltar una lágrima. Era una Lannister, una leona, y
resistiría aquello y todo lo que viniera después.
Se estaba colocando
el camisón cuando alguien llamó a la habitación. Preguntó qué quién era. «Jaime» Se quedó paralizada. Estaba allí, al otro lado de la puerta, tan cerca
que podía olerlo. Abrió con miedo por si alguien lo veía entrar en sus
aposentos. Él cerró con rapidez y se quedó mirando la cama deshecha. Después
dirigió sus ojos hacia ella. Cersei leyó la frustración en su rostro. «Ha sido
la peor noche de mi vida, he querido morirme mientras él…» Jaime la abrazó con
fuerza, apretándola contra su armadura. Ella rompió a llorar con desconsuelo,
incumpliendo sus propias promesas, mientras que él le acariciaba el pelo y
sollozaba a su vez. «¿Es así como será siempre? ¿Tú en su cama y yo al otro
lado de la habitación, velando por vosotros, oyendo sus gemidos de placer
mientras te tiene para él solo? ¡No lo podré soportar!» Deshizo el abrazo y la
miró contrariado. «¿Qué son esas manchas que tienes en el cuello?» Cersei le
contó cómo Robert la había besado demasiado fuerte. Jaime se puso tenso. «Juro
por los Siete que…» La muchacha lo interrumpió. «No puedes hacer nada. Fuiste El Matarreyes una vez y te perdonaron. Robert
te perdonó. Una segunda vez sería tu condena.» Su hermano se sentó y puso la
cabeza entre las manos. «Jaime, hemos de afrontar nuestros destinos, pero aún
tenemos el poder de cambiar algo de ellos, emplear todo lo que tenemos a
nuestra disposición para mejorar la situación y aprovecharnos de ella.» Él la
miró con anhelo, adivinando que Cersei tenía la solución. «Eres un capa blanca
y eres mi hermano. ¿Quién va a sospechar de nosotros si te encuentran cerca de
mí? ¡Nadie! Siempre tendrás la excusa perfecta para verme cuando quieras. Soy
la reina y dispongo de mis capas blancas como me place, y quién mejor que tú
para ser mi mano derecha en la Guardia Real.» Jaime sonrió, asintiendo al
comprender lo que Cersei le estaba diciendo. Ella continuó hablando. «Por eso,
como tu señora que soy, te ordeno que te despojes de esa armadura y me hagas
olvidar la pesadilla que he vivido esta noche. Necesito consuelo. Te necesito a
ti.» Él dejó que le quitara la coraza y le pasara las manos por el pecho,
metiéndolas por debajo de la camisa y obligándolo a quitársela. Cersei le besó
el torso desnudo, recreándose con la lengua en los pezones, que se endurecieron
por la excitación. Notó cómo la respiración de Jaime se aceleraba y el corazón
le palpitaba con tanta fuerza que podía oírlo. Hubo una noche en la que sólo
tuvo que desprenderse de su camisola para hacerlo suyo. Se apartó y, sin
quitarle ojo, repitió aquel gesto, dejando que la tela se deslizara por su
cuerpo hasta quedar totalmente desnuda frente a él. Jaime se despojó del resto
de la armadura, la tomó entre sus brazos y la colocó con delicadeza sobre el
lecho, besando con ternura los lugares donde Robert había herido su piel suave
y blanca. Para Cersei, lo que ocurrió después fue su noche de bodas soñada,
pero la disfrutó con el sol en lo alto del cielo. Se juró que ésa no sería la
última vez que iba a tener al hombre al que amaba entre sus piernas, sino la
primera de muchas.
Aquí tenemos a la Cersei más orgullosa, usando ya su título de la Reina. Dentro de poco le llegará la avaricia y será tal y como la conocemos ahora, jajaja.
ResponderEliminarLa verdad es que su vida no ha sido precisamente un camino de rosas: se enamora de Rhaegar pero la rechazan, se enamora de Jaime pero es su hermano, y cuando tiene que concienciarse de su matrimonio con Robert, éste dice el nombre de otra. Con tanto despecho no me extraña que ya meta a cualquier hombre entre sus piernas.
Pues, sí, aquí tenemos a Cersei tal y como la conocemos :) Mañana, el epílogo.
EliminarPese a todo lo ocurrido, tiene suerte Cersei de poder estar cerca de Jaime en los pocos momentos que le brindan... Eso sí, menuda vida le ha tocado vivir, y no es de extrañar que luego se convirtiera en la Cersei que ya conocemos.
ResponderEliminarBesitos, Athena! ;)
Todo tiene un origen, hasta la maldad de Cersei :) Muchas gracias por comentar.
EliminarA mi esta mujer cada día me da más pena. No he comentado los capítulos pero los he leído todos.
ResponderEliminarHas escrito una maravilla. Me siento feliz y agradecida de haber podido leerlo.
Cristina
Las gracias te las doy yo por leerlo. El tuyo ha sido precioso :3
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